martes, 9 de julio de 2013

                                   Hojas de hierba

                                                             Walt Whitman

                                                                     (Fragmento)


"Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas.
Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita el freno de tu garganta. 
(...)
Creo que podría retornar y vivir con los animales, son tan plácidos y autónomos.
Me detengo y los observo largamente.
Ellos no se impacientan, ni se lamentan de su situación.
No lloran sus pecados en la oscuridad del cuarto.
No me fastidian con sus discusiones sobre sus deberes hacia Dios.
Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía de poseer objetos.
Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que vivieron hace milenios.
Ninguno es respetable o desdichado en toda la faz de la tierra.
Así me muestran su relación conmigo y yo la acepto. 
(...)
No pregunto quién eres, eso carece de importancia para mí.
No puedes hacer ni ser más que aquello que yo te inculco. " 

Balada de las damas de antaño

  Francoise Villon


Decid dónde ni en qué lugar
Flora está, la bella romana,
Archipiada y Taide sin par
que fue diz que su prima hermana
y Eco, que en lago que en fontana
va todo ruido a responder,
que de hermosa fue más que humana:
¿dónde están las nieves de ayer?

¿Dónde está Eloísa sutil
por quien fue capado a rebana
Abelardo y, monje por fin,
tal baldón por su amor se gana,
y asimismo la reina vana
que a Buridán mandó meter
para echarlo al Sena en botana:
¿dónde están las nieves de ayer?

Reina blanca como jazmín
que cantaba en voz meridiana,
Berta Larga, Lisa, Bietriz,
Aramburguis la capitana
y la gran lorenesa Juana,
la que en Ruán quemó el inglés,
¿dónde están, Virgen soberana,
dónde están las nieves de ayer?

Si indagáis, señor, de mañana
o de tarde por dónde estén,
ya el estribillo os lo devana:
¿dónde están las nieves de ayer?

Odas

  Safo

    (Fragmento)


¡Tú que te sientas en trono resplandeciente,  
   inmortal Afrodita!
¡Hija de Zeus, sabia en las artes de amor, te suplico,
   augusta diosa, no consientas que, en el dolor, 
   perezca mi alma!
Desciende a mis plegarias, como viniste otra vez, 
   dejando el palacio paterno, en tu carro de áureos atalajes. 
Tus lindos gorriones te bajaron desde el cielo,
   a través de los aires agitados por el precipitado batir de sus alas. 
Una vez junto a mí, ¡oh diosa!, sonrientes tus labios inmortales, 
   preguntaste por qué te llamaba, qué pena tenía, 
   qué nuevo deseo agitaba mi pecho, 
   y a quién pretendía sujetar con los lazos de mi amor.
Safo, me dijiste, ¿quién se atreve a injuriarte?
   Si te rehuye, pronto te ha de buscar;
   si rehúsa tus obsequios, pronto te los ofrecerá él mismo.
Si ahora no te ama, te amará hasta cuando no lo desees.
¡Ven a mí ahora también, líbrame de mis crueles tormentos!
¡Cumple los deseos de mi corazón, no me rehúses tu
   ayuda todopoderosa! 

Sonetos

  William Shakespeare

   (Fragmento)

I

De los hermosos el retoño ansiamos 
para que su rosal no muera nunca, 
pues cuando el tiempo su esplendor marchite 
guardará su memoria su heredero. 
Pero tú, que tus propios ojos amas, 
para nutrir la luz, tu esencia quemas 
y hambre produces en donde hay hartura, 
demasiado cruel y hostil contigo. 

Tú que eres hoy del mundo fresco adorno, 
pregón de la radiante primavera, 
sepultas tu poder en el capullo, 
dulce egoísta que malgasta ahorrando. 

Del mundo ten piedad: que tú y la tumba, 
ávidos, lo que es suyo no devoren. 

II

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos 
y ahonden surcos en tu prado hermoso, 
tu juventud, altiva vestidura, 
será un andrajo que no mira nadie. 
Y si por tu belleza preguntaran, 
tesoro de tu tiempo apasionado, 
decir que yace en tus sumidos ojos 
dará motivo a escarnios o falsías. 

¡Cuánto más te alabaran en su empleo 
si respondieras: " Este grácil hijo 
mi deuda salda y mi vejez excusa ", 
pues su beldad sería tu legado! 

Pudieras, renaciendo en la vejez, 
ver cálida tu sangre que se enfría.

El cantar de los cantares 

 Salomón


Yo soy la rosa de Sarón. 
Y el lirio de los valles.
Como el lirio entre los espinos,
Así es mi amiga entre las doncellas.
Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
Me llevó a la casa del banquete,
Y su bandera sobre mí fue amor.
Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas;
Porque estoy enferma de amor.
Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
Y su derecha me abrace.
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
Por los corzos y por las ciervas del campo,
Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
Hasta que quiera.
¡La voz de mi amado! He aquí él viene
Saltando sobre los montes,
Brincando sobre los collados.
Mi amado es semejante al corzo,
O al cervatillo.
Helo aquí, está tras nuestra pared,
Mirando por las ventanas,
Atisbando por las celosías.
Mi amado habló, y me dijo:
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Porque he aquí ha pasado el invierno,
Se ha mudado, la lluvia se fue;
Se han mostrado las flores en la tierra,
El tiempo de la canción ha venido,
Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola.
La higuera ha echado sus higos,
Y las vides en cierne dieron olor;
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes,
Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;
Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto.
 

Cuando seas muy vieja

   Pierre de Ronsard


Cuando seas muy vieja, a la luz de una vela
y al amor de la lumbre, devanando e hilando,
cantarás estos versos y dirás deslumbrada:
Me los hizo Ronsard cuando yo era más bella.

No habrá entonces sirvienta que, al oír tus palabras,
aunque ya doblegada por el peso del sueño,
cuando suene mi nombre la cabeza no yerga
y bendiga tu nombre, inmortal por la gloria.

Yo seré bajo tierra descarnado fantasma
y a la sombra de mirtos tendré ya mi reposo;
para entonces serás una vieja encorvada

añorando mi amor, tus desdenes llorando.
Vive ahora, no aguardes a que llegue el mañana,
coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida.

Ann Lee

   Edgar Allan Poe


Fue hace muchos y muchos años, en un reino junto al mar, habitó una señorita a quien puedes conocer por el nombre de Annabel Lee; y esta señorita no vivía con otro pensamiento que amar y ser amada por mí.
Yo era un niño y ella era una niña en este reino junto al mar pero nos amábamos con un amor que era más que amor—yo y mi Annabel Lee—con un amor que los ángeles súblimes del Paraíso  nos envidiaban a ella y a mí. Y esa fue la razón que, hace muchos años, en este reino junto al mar, un viento partió de una oscura nube aquella noche helando a mi Annabel Lee; así que su noble parentela vinieron y me la arrebataron, para silenciarla en una tumba en este reino junto al mar.
Lo ángeles, que no eran siquiera medio felices en el Paraíso, nos cogieron envidia a ella y a mí:—Sí!, esa fue la razón (como todos los hombres saben)en este reino junto al mar que el viento salió de una nube, helando y matando mi Annabel Lee. Pero nuestro amor era más fuerte que el amor de aquellos que eran mayores que nosotros—de muchos más sabios que nosotros—y ni los ángeles in el Paraíso encima ni los demonios debajo del mar separarán jamás mi alma del alma de la hermosa Annabel Lee:— Porque la luna no luce sin traérme sueños de la hermosa Annabel Lee; ni brilla una estrella sin que vea los ojos brillantes de la hermosa Annabel Lee; y así paso la noche acostado al lado de mi querida, mi querida, mi vida, mi novia, en su sepulcro junto al mar—en su tumba a orillas del mar.

El cuervo

 Edgar Allan Poe



Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba.
"Debe ser algún visitante", pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.
Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: "Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más".
En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: "Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído". Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!
Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: "¡Leonora!". Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: "¡Leonora!". Eso y nada más.
Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. "Seguramente - me dije -, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más".
Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; "Aunque tu cabeza - le dije - no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!". El cuervo exclamó: "¡Nunca más!".
Quedé asombrado que ave tan poco amable entendiera tan fácilmente mi lenguaje, aunque su respuesta no tuviese gran sentido ni me fuera de gran ayuda, porque debemos convenir en que nunca fue dado a un hombre ver a un ave por encima de la puerta de su habitación, un ave o un animal sobre una estatua colocada a la puerta de la alcoba, y llamándose: ¡Nunca más!
Pero el cuervo, solitariamente posado sobre el plácido busto, no pronunciaba más que esas palabras, como si en ellas difundiese su alma entera. No pronunciaba nada más, no movía una pluma, hasta que comencé a murmurar débilmente: "Otros amigos ya han volado lejos de mí; hacia la mañana, también él me abandonará como mis antiguas esperanzas". El pájaro dijo entonces: "¡Nunca más!".
Estremeciéndome al rumor de esta respuesta lanzada con tanta oportunidad, exclamé: "Sin duda lo que ha dicho constituye todo su saber, que aprendió en casa de algún infortunado, a quien la fatalidad ha perseguido ardientemente, sin darle respiro, hasta que sus canciones no tuviesen más que un solo estribillo, hasta que el De Profundis de su esperanza hubiese adoptado este melancólico estribillo: ¡Nunca, nunca, nunca más!".
Pero como el cuervo indujera a mi alma triste a sonreír de nuevo, acerqué un asiento de mullidos cojines frente al ave, el busto y la puerta; entonces, arrellanándome sobre el terciopelo, quise encadenar las ideas buscando lo que auguraba el pájaro de los antiguos tiempos, lo que este triste, feo, siniestro, flaco y agorero pájaro de los antiguos tiempos quería hacerme comprender al repetir sus ¡Nunca más!
De esta manera, soñando, haciendo conjeturas, pero sin dirigir una nueva sílaba al pájaro, cuyos ardientes ojos me quemaban ahora hasta el fondo del corazón, trataba de adivinar eso y más todavía, mientras mi cabeza reposaba sobre el terciopelo violeta que su cabeza, la de ella, no oprimirá ya, ¡ay, nunca más!
Entonces me pareció que el aire se espesaba, perfumado por invisible incensario balanceado por serafines, cuyos pasos rozaban la alfombra de la habitación. "¡Infortunado! - exclamé -, tu dios te ha enviado por sus ángeles una tregua y un respiro, para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora, ¡Bebe! ¡Oh!, bebe esa deliciosa bebida para que olvides tus tristes recuerdos de Leonora. ¡Bebe y olvida a la Leonora perdida!". Y el cuervo dijo: "¡Nunca más!".
"¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Que hayas sido enviado por el tentador, o que la tempestad te haya hecho simplemente caer, naufragar, pero aún intrépido, sobre esta tierra desierta, en esta habitación que ha sido visitada por el Horror, dime, te lo suplico, ¿existe un bálsamo para mi terrible dolor? ¿Existe el bálsamo de Judea? ¡Di, di, te lo suplico!". Y el cuervo dijo: "¡Nunca más!".
"¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Por el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma llena de dolor si en el lejano paraíso podrá abrazar a una santa joven, a quien los ángeles llaman Leonora. Abrazar a una preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora". El cuervo dijo: "¡Nunca más!".
"¡Que esta palabra sea la señal de nuestra separación pájaro o demonio! - grité irguiéndome -. Vuelve a la tempestad, a las riberas de la Noche plutónica; no dejes aquí una sola pluma negra como recuerdo de la falsedad que tu alma ha proferido. Deja mi soledad inviolada. Abandona ese busto colocado encima de la puerta. Retira tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta". El cuervo dijo: "¡Nunca más!".
Y el cuervo, inmutable, continúa instalado allí, sobre el pálido busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi habitación, y sus ojos se parecen a los ojos de un demonio que sueña; y la luz de la lámpara, cayendo sobre él, proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de esta sombra que yace flotante sobre el suelo, no podrá volver a elevarse. ¡Nunca más!

Cancionero

 Petrarca


Si no es amor, ¿qué esto que yo siento?
más si no es amor, por Dios, ¿qué cosa y cual?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
si mala, ¿por qué es dulce su tormento?

Si ardo por gusto, ¿por qué me lamento?
Si a mi pesar, ¿qué vale un llanto tal?
Oh, viva muerte, oh deleitoso mal,
¿por qué puedes en mí si no consiento?

Y si consiento, error es quejarme.
Entre contrarios vientos va mi nave
-que en alta mar me encuentro sin gobierno-

tan leve de saber, de error tan grave,
que no sé lo que quiero aconsejarme
y, si tiemblo en verano, ardo en invierno.

Amores

 Ovidio

    (Fragmento)


I
Créese que se oculta el templo de una divinidad cierta antigua selva que en muchos años no ha conocido los golpes de la segur; brota allí sagrado manantial bajo una gruta tallada en la roca, y las aves gorjean dulcemente por todas partes; allí me paseaba protegido por la sombra de los árboles, absorto en la obra que había de producir mi Musa, cuando se me acercó la Elegía con los cabellos perfumados y bien dispuestos, pareciéndome que el uno de sus pies. era más largo que el otro: el porte distinguido, la túnica transparente, el aspecto de enamorada y hasta el vicio de los pies contribuía a realzar sus gracias. Acercóseme también a grandes pasos la violenta tragedia, cuyos cabellos flotaban en la frente amenazadora, barriendo el suelo con el manto; en la mano izquierda empuñaba orgullosa el cetro real, y el coturno de Lidia ennoblecía sus plantas, y me dijo la primera: «¿Cuál será el fin de tus amores, ¡oh poeta!, tan remiso en desenvolver tu argumento?» En los báquicos festines se comentan tus locuras lo mismo que en las angostas encrucijadas. Con frecuencia el dedo de alguno señala al vate que pasa, y exclama: «Éste es el que se siente devorado por un amor intenso.»
Sin percatarte eres la fábula de toda la ciudad, cuando falto de pudor relatas tus trapisondas. Ya es tiempo de que empuñes el tirso con vigoroso aliento, harto has descansado; acomete empresas de mayor brío. Achicas tu ingenio con la insignificancia de los asuntos; celebra las hazañas de los héroes, y gritarás con razón: «Tal gloria estaba reservada a mi esfuerzo. » «Tu ilusa juguetona se recrea en componer cantos que repiten las bellas, y en tan frívolo empleo pasaste la primera juventud. Ya es hora que por tu genio conquiste un nombre la tragedia romana; lo tienes de sobra para desempeñar tan alta misión.» Así dijo, se irguió arrogante en los nobles coturnos y sacudió tres o cuatro veces la cabeza poblada de espesa cabellera. La otra, si mal no recuerdo, sonrió mirándola de reojo. ¿Me equivoco, o llevaba en la mano una vara de mirto? «Orgullosa Tragedia -le responde-, ¿por qué me intimidas con frases amenazadoras? No puedes dejar un momento tu severidad. A pesar de esto te has dignado acudir al empleo de medidas desiguales, y me has atacado con los versos que me son propios. Yo no pondré en parangón tus cantos sublimes con los míos; tu suntuoso palacio aplasta tu humilde cabaña.

Himnos de la noche

   Novalis

                          
¿Ha de volver siempre la mañana? ¿No tendrá nunca fin el poder de la tierra? Siniestra agitación devora el vuelo celestial de la noche que se acerca. ¿No va a arder para siempre la ofrenda secreta del amor? Los días de la luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la noche. El sueño dura eternamente. Sagrado sueño — no escatimes la felicidad a los que en esta jornada terrena se consagran a la noche. Sólo los insensatos te ignoran y no conocen otro sueño que el de la sombra que tú, compasiva, arrojas sobre nosotros en el crepúsculo de la noche verdadera. Ellos no te sienten en el dorado mosto de las uvas — ni en el aceite milagroso del almendro, ni en la parda savia de la amapola. No saben que eres tú la que envuelve los pechos de la tierna muchacha y convierte su regazo en un edén — no sospechan siquiera que tú, desde antiguas historias, sales a nuestro encuentro abriéndonos las puertas del cielo, trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados, silenciosa mensajera de infinitos misterios.

El lago

   Alphone de Lamartine

  (Fragmento)

Así siempre empujados hacia nuevas orillas,
 en la noche sin fin que no tiene retorno, 
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos echar ancla algún día?
 Lago, apenas el año ya concluye su curso y muy cerca del agua donde yo le di cita
, mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra donde ayer se sentaba.
 Tú bramabas así bajo estas mismas rocas, 
te rompías con furia en su herido costado; 
así el viento arrojaba tus oleajes de espuma a sus pies adorados.
 Una tarde, ¿te acuerdas?,
 en silencio bogaba entre el agua y los cielos a lo lejos se oía solamente el rumor de los remos golpeando tu armonioso cristal.
 De repente una música que ignoraba la tierra despertó 
de la orilla encantada los ecos;
 prestó oídos el agua y la voz tan amada pronunció estas palabras:
 «Tiempo, no vueles más. 
Que las horas propicias interrumpan su curso.
 ¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias de este día tan bello! 
Todos los desdichados aquí abajo os imploran:
 sed para ellos muy raudas. Con los días quitadles el mal que les consume;
 olvidad al feliz. Mas en vano yo pido unos instantes más,
 ya que el tiempo me huye. A esta noche repito:
 “Sé más lenta”, y la aurora ya disipa la noche. 

La Belle Dame Sans Merci

   John Keats 

     (Fragmento)

Ah! que puede hacerte daño, las armas del caballero y de la luz errante solo! Las varillas se sacaron al lago, ningún pájaro canta. Ah! que puede hacerte sufrir, las armas del caballero y feroces. ¿Si tan infeliz? `s ardilla ática está lleno, y la fiebre del roció, y en la mejilla una rosa que se marchita y se desvanece tan rápidamente - Conocí a una dama en la pradera, de gran belleza -  la hija de un hada - su cabello era largo, con los pies ligeros y los ojos desorbitados, una guirnalda para la cabeza, y brazaletes y un cinturón embalsamado; ella me miró como si ella me amaba dio un suave gemido y, me senté en mi corcel tranquila y no vio nada de otro durante el día, porque ella se inclinó hacia un lado y cantó. Un hada canción, ella me encontró raíces de un gusto exquisito, de la miel silvestre y rocío de maná, y será guardado en un lenguaje extraño que me dijo, te quiero de verdad. Me llamó a su cueva del duende; allí contemplando, ella dejó escapar un profundo suspiro: aquí cerré los ojos salvajes y frenéticos. Desde cuatro besos y allí, me acuna, me dormía y soñé, ¡ah! desgracia real, el último sueño que he soñado. En el lado frío de la colina vi pálidos reyes y príncipes también, pálidos guerreros - todos tenían la palidez de la muerte, y gritó: "La Belle Dame No Thank You está en esclavitud" Vi sus hambrientos labios en la oscuridad, grandes abiertos para darme esta horrible advertencia, y me desperté y me encontré aquí, en el lado frío de la montaña. Y por eso me quedo pálido y solitario: aunque juncos se secan al lago, y no cantan los pájaros. 

Oda al ruiseñor 

                                                           John Keats

    (Fragmento)

I

Mi corazón pena, y un sopor doloroso nubla
mis sentidos, como si hubiera bebido la cicuta
o vaciado hasta al fondo un opio lento
hace un minuto, y hacia el Leteo yo me hundiera;
no por envidia de tu feliz estado
sino por ser feliz en tu felicidad,
cuando tú, leve alada Dríade del bosque,
en un sector melodioso
de hayas verdes y sombras incontables
cantas del verano con garganta plena desatada.


II

¡Oh! ¡Por un trago de vino conservado
largamente en lo profundo de la tierra,
con sabor de Flora y verde campo,
de baile y canción provenzal y dorada risa!
¡Oh! Por una copa plena del tibio sur,
plena de la fiel hipocresía pudorosa,
con breves burbujas borbotando sobre el borde,
y púrpura la boca;
que pudiera beber, y dejar el mundo sin ser visto,
y contigo perderme en el bosque opaco:


III

Perderme lejos, disolverme y olvidar casi
lo que tú entre las hojas nunca conociste:
la fatiga, la fiebre y la ansiedad
de aquí, donde los hombres se cuentan sus lamentos,
donde el temblor agita unos tristes y últimos cabellos blancos,
donde el joven se vuelve flaco, espectral, y muere:
donde pensar es rebosar de angustias y tristezas
de párpados de plomo,
donde la belleza no puede mantener sus ojos
encendidos ni el nuevo Amor desearlos más de un día.

                                       Oda a Leucono

                                                   Horacio

No indagues, Leuconoe; vedado está saberlo
qué destino los dioses a ti y a mí nos dieron,
y no de Babilonia consultes los misterios.

Vale más, como fuere, aceptar el decreto,
ya nos conceda Jove contar muchos inviernos,
o ya sea éste el último en que abatirse vemos
contra escollos tenaces las olas del Tirreno.

Sé prudente, buen vino consume de lo añejo
y largo afán no entregues a plazo tan pequeño.
Mientras hablamos huye con la palabra el Tiempo.
¡Goza este día! Nada fíes del venidero.

Quejas de menón por diotima

        Hölderlin, Federico

      (Fragmento)


A diario salgo fuera buscando siempre otro camino, hace mucho he probado todos los senderos de la tierra; visito allá arriba las frías alturas, las umbrías y las fuentes; acá y allá yerra mi espíritu, solicitando paz; tal huye el venado herido en los bosques, donde al mediodía descansaba otrora seguro en la sombra; pero ya no le reposa el corazón
su verde yacija, pues doliente e insomne la espina le hace dar vueltas.
No le socorre el día ni le sirve el frescor de la noche, y en vano baña las heridas en el frescor del torrente.     
Y así como en vano le depara la tierra su gozosa hierba curativa, y ninguno de los céfiros calma su hirviente sangre, oh amados, ¿también a mí me ocurrirá así, y nadie puede quitarme de la frente el triste sueño?

¡Sí!, de nada sirve  tampoco, dioses mortíferos, después que sujetáis y domináis al hombre subyugado, y que, perversamente, le hundís en la triste noche, que se afane entonces, implore o se encolerice con vosotros, o viva pacientemente en el terrible destierro, y os escuche sonriendo vuestra canción sin alma: ¡Si ha de ser así, olvida tu salvación, y duerme sin queja!. Pero aún, pese a todo, brota en pecho un son de esperanza, aún no logras, ¡oh alma mía!, no puedes acostumbrarte, y sueñas en medio del férreo dormir.

Valete

Catulo



Vivamos, Lesbia, amemos:
que nos importe un bledo
el cuchicheo de los viejos.
Puede morir el sol y renacer,
pero, una vez que muera nuestra breve luz,
una y eterna noche dormiremos para siempre.
Dame mil besos, después cien,
luego mil y otra vez cien
hasta otros mil y luego cien más.
Y, cuando ya sumemos muchos miles,
borrón y cuenta nueva para que no sepamos
cuántos besos llevamos ni lo sepa
ningún intruso envidioso.

Collige Virgo Rosae

  Ausonio

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto, 
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado 
cubra de  nieve la hermosa cumbre;

marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.